20 sept 2012

García Oliver, Juan



JUAN GARCÍA OLIVER

 

Juan García Oliver nació en 1901, en el seno de una familia obrera de la localidad tarraconense de Reus. Como hijo de su clase y de su tiempo, disfrutó de una infancia con penurias y de un paso fugaz por la escuela. No era todavía un adolescente cuando tuvo que trabajar como camarero en Reus, en Tarragona y, finalmente, en Barcelona.

Su llegada a la capital catalana coincidió con los años de crecimiento y consolidación de la CNT a la que se afilió, como la mayoría de los trabajadores de Barcelona y sus contornos. Participó activamente en la fundación del Sindicato de Camareros que tras el Congreso de Sans de 1918 se integró en el Sindicato Único de la Alimentación. Después, volvió a su Reus natal con el propósito de reorganizar la CNT en una de las pocas ciudades catalanes en las que la UGT era la primera fuerza sindical.

Pero el pistolerismo patronal y su enfrentamiento con los grupos de autodefensa de la CNT imprimieron un giro decisivo en su vida. Los atentados contra Ángel Pestaña, en septiembre de 1922, y Salvador Seguí el noi del sucre, el 10 de marzo de 1923, se vengaron con la muerte del cardenal de Zaragoza, Juan Soldevila Romero, el 4 de junio de 1923, y del antiguo gobernador civil de Vizcaya, Fernando González Regueral, el 17 de mayo de 1923. De estos últimos asesinatos se responsabilizó al grupo de afinidad Los Solidarios, articulado en torno a Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Juan García Oliver, con el que ocasionalmente colaboraban otros militantes cenetistas.

La encarnizada persecución policial se saldó con la detención y muerte de algunos de sus miembros y el inicio de un largo peregrinaje para Durruti y Ascaso. Por su parte, Juan García Oliver volvió a Cataluña y fue detenido en Manresa, pero defendido con eficacia por el abogado Eduardo Barriobero Herrán, sólo fue condenado a un año de prisión, que cumplió en el penal de Burgos.

Cuando fue puesto en libertad se marchó a París, donde Los Solidarios habían abierto la Librería Internacional. Participó en el ambiente conspirativo de los exiliados españoles que desde Francia luchaban para derrocar la Dictadura de Primo de Rivera con proyectos más o menos descabellados animados por anarquistas, republicanos, catalanistas o intelectuales; sabemos que García Oliver estuvo implicado en un atentado frustrado contra el rey Alfonso XIII. La ineficacia de los exiliados y la crisis del régimen primorriverista le decidieron a volver a España, donde rápidamente fue detenido y condenado, motivo por el que la proclamación de la Segunda República le encontró de nuevo en el penal de Burgos.

Pero la España de 1931 no era la de 1923. Otros militantes anarquistas habían utilizado el ya legendario título de Los Solidarios, así que Durruti, Ascaso y García Oliver decidieron rebautizar a su grupo con el nombre de Nosotros. Además, en 1927 se había fundado la Federación Anarquista Ibérica (FAI), una red de grupos que defendía una línea intransigentemente anarquista, pero en la que ellos no participaban. En contra de lo que tantas veces se ha repetido, el grupo Nosotros no se integró en la FAI hasta 1933 y aún después se mantuvo ajeno a la disciplina faísta. Durante los años de la Segunda República, Juan García Oliver vivió las difíciles circunstancias que sufrió el anarcosindicalismo español. Volvió a trabajar como camarero en Barcelona, pero también participó en los innumerables conflictos sociales de aquellos años, así que en 1933 regresó a la cárcel por participar en la agitación insurreccional.

Fue la Guerra Civil la que agigantó al personaje, enfrentado a una difícil dualidad. Como hombre pragmático, destacó en los primeros días de la rebelión militar por su firme decisión, sus enormes dotes de organizador y su inagotable capacidad de trabajo, puestas a prueba en el unitario Comité Central de Milicias Antifascistas. Como teórico, defendió la propuesta de “ir a por el todo”, es decir, de que la CNT se hiciese con todos los resortes del poder y que, marginando al resto de fuerzas antifascistas, llevase adelante una revolución social de indudable carácter libertario.

Espíritu contradictorio que le hizo aparecer como intransigente, pero que le llevó a aceptar no sólo el cargo de ministro, sino a asumir la cartera de Justicia; que siempre le hizo renegar de su paso por el gobierno, pero del que podía ofrecer un balance extraordinario: puso fin a las ejecuciones extrajudiciales, equiparó legalmente al hombre y la mujer y fijo la mayoría de edad en 18 años, estableció un régimen carcelario humanitario, aprobó reformas de calado en el Derecho Civil…

Al terminar la Guerra Civil, salió de España y después de un accidentado viaje, con etapas en Francia, Suecia, la Unión Soviética y los Estados Unidos, llegó a México y se estableció en la capital federal para, más adelante, residir en la ciudad de Guadalajara. En la república azteca manifestó de nuevo su espíritu contradictorio. Desde un primer momento, se puso a la cabeza del grupo de exiliados libertarios partidarios de colaborar con las instituciones republicanas trasterradas y colaborar con los partidos políticos en la caída del régimen franquista; de hecho, a esa corriente se la conoció con el nombre de Ponencia por un texto que él mismo había defendido; así lo hizo en todas las crisis del Movimiento Libertario español en México: la de 1942, la de 1945 y la de 1947. Una opción sorprendente en quien había apoyado el golpe casadista contra Negrín.

La dinámica española e internacional fueron erosionando las posibilidades de sustituir al gobierno de Franco por un gabinete unitario y la República española en el exilio se fue quedando sola. Poco a poco, la mayoría del movimiento libertario optaba por recluirse en los cuarteles de invierno o por enfrentarse con las armas al dictador y su estrategia posibilista fue perdiendo apoyos, como se puso en evidencia en agosto de 1961 en el Congreso anarcosindicalista de Limoges.

En México ingresó en la Masonería, que le proporcionó una generosa ayuda, gracias a la cual obtuvo “un trabajo seguro y bien remunerado” como representante de comercio, más cómodo que los de camarero o barnizador que había desempeñado en España o en su breve exilio francés. Sin el heroísmo de Buenaventura Durruti, sin la constancia de Federica Montseny y sin la coherencia de Cipriano Mera, habría pasado a la trastienda de la Historia si no hubiese escrito ese ajuste de cuentas personal y ese monumento al ego herido que se llama El eco de los pasos.

 

Fuentes:

CALERO DELSO, Juan Pablo. El gobierno de la anarquía. Madrid, Síntesis, 2011.

GARCÍA OLIVER, Juan. El eco de los pasos. Barcelona. Ruedo Ibérico. 1978.

JPC

 


1 comentario:

  1. Hola me podrían ayudar, me gustaría saber el cementerio donde se encuentra Juan García Oliver, les agradecería mucho si tiene el dato

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